jueves, 27 de diciembre de 2007

Responsabilidad y educación

DICIEMBRE DE 2007

Historia del llanto, de Alan Pauls
por Edmundo Paz Soldán




Después de diseccionar la intimidad de una pareja en su ambiciosa El pasado (2003), el escritor argentino Alan Pauls ha ampliado su mundo narrativo con Historia del llanto (Anagrama, 2007). El hecho de que se trata de un texto corto hará que algunos lo entiendan como un paréntesis en medio de otros proyectos de mayor calado, lo cual es una equivocación. Historia del llanto puede ser breve, pero no es una novela menor, pues añade un contexto político a las preocupaciones anteriores de Pauls.

No se trata de un tema fácil: después de la desideologización de la lucha política en los años noventa, esta nueva década, marcada por el atentado a las Torres Gemelas y, en América Latina, por la crisis del modelo neoliberal y el resurgimiento del populismo, ha supuesto, para un buen número de escritores latinoamericanos, un retorno narrativo a preocupaciones de corte social y político. Esto puede verse en las novelas de los peruanos Santiago Roncagliolo y Alonso Cueto, en la obra del argentino Martín Kohan. Sin embargo, los escritores todavía no están muy seguros del camino a seguir. En un ensayo reciente en el suplemento Babelia de El País, Jorge Volpi señaló que hoy “el intelectual es visto con sospecha y las novelas políticas apenas reciben atención”. Volpi sugirió que el camino a seguir debe ser el del compromiso con una “literatura política no sectaria”, y dio como ejemplos las obras de Bolaño y Coetzee. Si ése es el posible camino a seguir, entonces, a juzgar por su nueva novela, a la lista brevísima de Volpi habría que agregar el nombre de Pauls.

Historia del llanto narra la educación sentimental del protagonista, un niño y adolescente precoz en la Argentina de los años sesenta y setenta. Es una novela lúcida, dura, que logra momentos de admirable intensidad narrativa y vuelo poético. La novela está escrita en un presente casi continuo: “A una edad en que los niños se desesperan por hablar, él puede pasarse horas escuchando. Tiene cuatro años, o eso le han dicho”. Los años transcurren, se suceden las elipsis, pero el tono del narrador consigue el efecto de aprehender, como en una foto instantánea, todas las aristas del tiempo –el pasado, el presente, el futuro– de un solo golpe.

El niño pertenece a una familia progre, de padres divorciados. Su gran virtud es su hipersensibilidad, que le permite desarrollar una notable capacidad para escuchar a los demás: “Ya a los cinco, seis años, él es el confidente”, y los demás “reconocen en él a la oreja que les hace falta y se le abalanzan como naúfragos”. Está sensibilidad se maneja dentro de un arco dramático que va desde el punto máximo del dolor –“su educación y su fe”— a la dicha, a la felicidad, sentimientos artificiales de los que hay que desconfiar, pues siempre se construyen en torno “de un núcleo de dolor intolerable”. El símbolo exterior de su sensibilidad es el llanto –asociado a una capacidad de verbalizar su porqué--, pero, curiosamente, el protagonista sólo puede llorar frente a su padre. O quizás no sea tan curioso: así el niño logra ser admirado por su padre, “formado en una escuela para la que la introspección, como las palabras que la traducen, es una pérdida de tiempo si no una debilidad”.

En el Cono Sur de fines de los sesenta y principios de los setenta, marcado por una lucha política sin cuartel desde posiciones irreductibles, Pauls construye un espacio para la sensibilidad de su protagonista. Este espacio es el que, en principio, le permite a Pauls criticar con elegancia burlona los excesos populistas de la época, a través de un personaje modelado en un célebre cantautor de protesta (Piero). Para el niño, el cantautor encarna un antimodelo, porque sus canciones hablan de aquello de lo que hay que desconfiar: “la sencillez y la pureza de valores que a fuerza de estar a la vista se han vuelto invisibles”. Esta “industria de lo sensible” es acaso la que empañará los ojos a muchos e impedirá ver el desastre que se avecina, el cariz siniestro que tomará la historia.

Pero ésa es sólo una parte, la más fácil, de la crítica de Pauls a los usos y costumbres de una clase media progresista, bien intencionada pero miope. Pauls se reserva una conclusión más despiadada: tampoco podría haber salvado del desastre un compromiso más intelectual o uno más apasionado. A principios de los setenta, el niño se ha convertido en un adolescente entregado con furia a la causa marxista; lee a Fanon y Harnecker, sigue los avatares de la lucha armada a través de La causa peronista, periódico oficial de la guerrilla montonera. Cuando el adolescente ve por televisión, en septiembre de 1973, el bombardeo militar al palacio de La Moneda, no puede llorar. El fin de Allende es el fin de una forma de entender la política: al igual que las canciones de protesta, los relatos, las imágenes, los libros que hablan de la victoria del pueblo, apenas tocan la superficie de la época.

Pauls escribe: “la única tragedia que es en verdad irreparable, no haber estado a la altura de la oportunidad”. El adolescente “no ha sabido lo que había que saber. No ha sido contemporáneo”. La lucha descarnada de esos años tendrá como ganadores a aquellos que entiendan la violencia no sólo como un accidente –la parte espectacular de la política–, sino como un elemento esencial, la forma de imponer ideas que ha elegido la época. ~

martes, 18 de diciembre de 2007

Persecución del asesinato político


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Opinión
CRÓNICA: LA CUARTA PÁGINA PIEDRA DE TOQUE
El dictador en el banquillo
MARIO VARGAS LLOSA 16/12/2007



Es indispensable que el juicio en Perú a Alberto Fujimori se desarrolle con la máxima transparencia, para que sea instructivo y sirva de antídoto a potenciales aspirantes a dictadores
Parecía imposible pero ha ocurrido: Alberto Fujimori Fujimori, que durante diez años gobernó el Perú con la brutalidad de las peores satrapías de la historia, está ahora en el banquillo de los acusados para responder por sus delitos ante la Corte Suprema de la República. En el primero de los juicios que se le siguen, por allanar ilegalmente el piso de la esposa de su cómplice Vladimiro Montesinos, disfrazando a uno de sus colaboradores militares de fiscal, en busca de los vídeos de la corrupción que podían comprometerlo, el martes 11 de diciembre fue condenado a 6 años de cárcel y a una reparación civil de 400 mil soles. Y la víspera, 10 de diciembre, se inició el mega juicio en el que el Fiscal Supremo ha pedido para él, por su responsabilidad en dos de los más crueles asesinatos colectivos cometidos durante su Gobierno, los de Barrios Altos y La Cantuta, 30 años de cárcel y el pago de 100 millones de soles.
A Fujimori se le acusa de dos crueles asesinatos colectivos cometidos durante su Gobierno
El proceso dará origen a una controversia sobre los alcances de la lucha contra el terrorismo
Es la primera vez en la historia del Perú, y creo que en América Latina, que un Gobierno democrático, siguiendo los procedimientos legales y respetando las garantías que establece el Estado de derecho, juzga a un ex dictador por los crímenes y robos que cometió en el ejercicio arbitrario del poder. Fujimori no podrá ser juzgado por todas las faltas y agravios que abultan su prontuario; sólo por aquellos que la Corte Suprema de Chile admitió en la sentencia que permitió que el ex dictador fuera extraditado al Perú. Pero aun así, este puñado de asesinatos, tráficos y violaciones a los derechos humanos son un diáfano muestrario de los horrores que vivieron los peruanos entre 1990 y 2000 y más que suficientes para que el ex mandatario pase un buen número de años en la cárcel, al igual que Vladimiro Montesinos y el general Hermoza Ríos, ex comandante general del Ejército, el trío que diseñó y puso en marcha la "guerra de baja intensidad" para poner fin a las acciones apocalípticas de Sendero Luminoso.
¿Se hará verdaderamente justicia y el proceso y la sentencia serán probos y rectilíneos? El Poder Judicial tiene muy mala fama en el Perú y el fujimorismo, aunque en repliegue, cuenta con abundantes medios de coerción y reservas económicas producto del saqueo de los recursos públicos -el Perú ha repatriado apenas unos 250 millones de dólares de los cientos y acaso miles de millones mal habidos- pero tirios y troyanos reconocen que la Sala de la Corte Suprema que juzga a Fujimori, presidida por un prestigioso penalista, el doctor César San Martín, parece capaz y de fiar. Es indispensable que el juicio se desarrolle con la máxima transparencia, para que lo que resulte de él sea verdaderamente instructivo y sirva de antídoto a potenciales aspirantes a dictadores. Hay cerca de 150 periodistas extranjeros siguiendo las sesiones, que se transmiten por televisión, de modo que la opinión pública podrá juzgar por sí misma si los jueces actúan con imparcialidad y competencia.
El proceso dará origen a una interesante controversia sobre los alcances y límites de la lucha contra el terrorismo y la subversión, pues la línea de defensa del ex dictador es que si se cometieron "execrables excesos" en la guerra contra Sendero Luminoso y el MRTA (Movimiento Revolucionario Túpac Amaru), ellos se debieron al contexto de violencia enloquecida que generaron en el país los secuestros, asesinatos, coches-bomba y atentados ciegos contra la población civil, de ambas organizaciones terroristas cuyas víctimas, decenas de miles, eran en su inmensa mayoría ciudadanos sin militancia política, sacrificados por el fanatismo.
¿Es lícito combatir el terror con el terror? Protagonista central de este proceso será el Grupo Colina, comando secreto constituido por el régimen fujimorista desde el año 1991 con miembros de las fuerzas armadas y bajo el mando de un militar especializado en inteligencia, el mayor Santiago Martín Rivas, ahora en prisión al igual que buen número de sus subordinados, para ejecutar operaciones especiales -torturas, asesinatos, desapariciones, secuestros y acciones de intimidación- contra los terroristas y sus reales o supuestos cómplices, a fin de desalentar la colaboración de la población civil con los movimientos subversivos.
Una de las peores fechorías del Grupo Colina fue la matanza de los Barrios Altos, en Lima, la noche del 3 de noviembre de 1991, en la que este comando exterminó a balazos a quince personas -once hombres, tres mujeres y un niño de nueve años- que celebraban una "pollada" en un modesto piso supuestamente para recaudar fondos a favor de Sendero Luminoso. Ni siquiera es seguro que todos los asesinados fueran miembros o simpatizantes del movimiento terrorista, sólo dos de ellos parecen haber tenido contactos con la izquierda revolucionaria, de modo que la salvaje matanza inmoló sobre todo a inocentes. El mayor Martín Rivas, en una entrevista que concedió en la clandestinidad -antes de ser capturado- al periodista Umberto Jara, explicó que aquella operación no quería capturar terroristas, sino hacer llegar "un mensaje" a Sendero Luminoso: "Te golpeo en el lugar que te escondes. Ya sabemos que las polladas y los heladeros son tus disfraces".
La otra matanza materia de este juicio, la de la Universidad Enrique Guzmán y Valle, llamada La Cantuta, tuvo lugar en la madrugada del 18 de julio de 1992. En este caso, la intervención del Ejército fue más explícita, pues soldados de la División de Fuerzas Especiales, que dirigía el general Luis Pérez Document -ahora también preso- rodearon el local de la Universidad mientras los integrantes del Grupo Colina, enmascarados, entraban a uno de los dormitorios y secuestraban a nueve alumnos y un profesor a los que exterminaron a balazos en Huachipa, a donde trasladaron a los detenidos en un camión transporta soldados de aquel mismo cuerpo militar. La aparición de aquellos cadáveres mutilados, carbonizados y enterrados en bolsas y cajas de zapatos, descubiertos gracias a la pesquisa de unos periodistas temerarios, provocó un gran escándalo en el Perú y empezó a socavar la popularidad de que gozaba todavía la dictadura.
¿Hasta qué punto estuvo personalmente involucrado Fujimori en estas matanzas? ¿Las ordenó? ¿Fue informado de ellas por Montesinos y el general Hermoza y contribuyó a cubrirlas y a garantizar la impunidad para los ejecutores? Eso es lo que este juicio debe dilucidar. El ex dictador sostiene, claro está, que él no sabía nada, que todos esos crímenes se cocinaban en el secreto y que ni siquiera se enteró de la existencia del Grupo Colina. Pero abundan los testimonios de los propios implicados -jefes y ejecutores de los crímenes- afirmando que aquellas operaciones formaban parte de una rigurosa estrategia de guerra clandestina contra el terror concebida y ordenada por el vértice mismo de la jerarquía militar cuyo jefe supremo, según la Constitución, es el presidente de la República. Parece difícil, por decir lo menos, que en un régimen tan vertical y personalizado como el que estableció la dictadura fujimorista pudieran operar motu proprio, sin el aval de la jerarquía máxima, comandos de oficiales en ejercicio, que utilizaban una infraestructura militar en todos los pasos que daban, para cometer acciones en las que ponían en juego su carrera profesional y su libertad.
En todo caso, lo cierto es que la famosa "guerra de baja intensidad" contribuyó, tanto como los horrendos crímenes de Sendero Luminoso, a llenar de cadáveres, de desaparecidos, de mutilados y de miedo y odio al Perú de los años noventa. Cerca de 70.000 peruanos murieron o desaparecieron en esa contienda, la inmensa mayoría de ellos gentes humildes y desvalidas cuya desgracia fue estar allí, en medio de dos terrores, formando parte de esa anónima masa a la que "terroristas" y "contraterroristas" enviaban mensajes en forma de balazos y explosivos para mostrarles quién era más cruel y desalmado. La mejor demostración de que esa estrategia era no sólo inmoral e inaceptable en una sociedad democrática, sino también contraproducente, es que la operación decisiva que quebró a Sendero Luminoso y precipitó su desintegración no fueron las matanzas del Grupo Colina, sino la captura de Abimael Guzmán y casi todo su Comité Central, llevada a cabo por un grupo de policías dirigido por el general Antonio Ketín Vidal y el coronel Benedicto Jiménez, valiéndose de los métodos más modernos de rastreo y seguimiento, sin torturar ni matar a nadie y sin siquiera disparar un tiro.
El juicio a Fujimori debe durar unos ocho o diez meses. El Perú, que políticamente ha dado en el pasado tantos espectáculos penosos -cuartelazos, demagogos, políticas insensatas- merece ahora que la opinión pública internacional se interese en lo que aquí ocurre, no sólo por los excelentes índices de crecimiento de su economía y su estabilidad institucional, sino por este juicio a un ex dictador, ejemplo altamente civilizado para esta América que, como escribió Germán Arciniegas, todavía se debate entre la libertad y el miedo.
© Mario Vargas Llosa, 2007. © Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario EL PAÍS, SL, 2007.
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sábado, 15 de diciembre de 2007

BEEVOR. Rencor sobrevenido y guerra civil-

LA CULTURA

EL PAÍS, miércoles 21 de septiembre de 2005


Antony Beevor / Historiador



La obra de Antony Beevor ha roto las barreras que condenan a muchos textos históricos a la marginalidad académica y ha llegado al gran público con libros rigurosos sobre episodios decisivos del siglo XX, como la batalla de Stalingrado 0 la caída de Berlín. Ahora ha aplicado su finura analítica y su capacidad narrativa a la Guerra Civil española, para volver a contar el trágico conflicto incorporando la información desconocida de archivos abiertos en los últimos años.



JOSÉ ANDRÉS ROJO, Madrid

Antony Beevor (Londres. 19461 publicó la primera versión de su libro La Guerra C'ivil española, que no se tradujo en España, en 1942. Lo ha reescrito, modificán­dolo profundamente, y acaba de aparecer en Crítica. "Se han abierto muchos archivos desde entonces -los soviéticos, los ale­manes, incluso muchos españoles-que han enriquecido mucho la información que se tie­ne sobre el conflicto—, comenta este historiador británico, que, con una gran capacidad narrati­va, ha sabido combinar el análi­sis de las grandes cuestiones de la historia con las experiencias de los que la padecieron. Lo hizo en Stalingrado: Berlín. La caída. 1945: La batalla de Creta; París después de la liberación: 1944-1949 y El misterio de Olga Chejora (todos en Critica).

"Es muy diflcil para las gene­raciones actuales, con un sentido de la vida tan individualista, en­tender la realidad de aquellos hombres y mujeres que se vieron envueltos en una situación que les exigió tomar partido, y que no pudieron evitar un destino que les impusieron fuerzas que no controlaban", explica Beevor, antiguo oficial del ejército regu­lar británico, refiriéndose a la Guerra Civil que llenó España de cadáveres entre 1936 y 1939.

Pregunta . ¿Cómo era el mun­do cuando estalló la guerra?

Respuesta . Era un momento de ideologías muy polarizadas y de una gran actividad propagan­dística. El centro era muy vulne­rable y resultaba imposible esta­blecer un compromiso entre las fuerzas extremas. En ese contex­to, tanto la izquierda como la de­recha se embarcaron en la tarea de deshumanizar al enemigo a través de intensos mensajes que desacreditaban al rival. De un la­do, el triunfo de la revolución bol­chevique; de otro, el ascenso del nazismo y del fascismo. Y ese afán de desencadenar el odio pa­ra movilizar a los adeptos de ca­da uno de los bandos.

P En ese contexto llega la Re­pública a España. ¿Qué márge­nes de maniobra tenían sus diri­gentes?

R. Muy limitado. La Repúbli­ca triunfó en España en un mo­mento extremadamente delica­do. Acababa de producirse la gran crisis económica de 19?9 y crecía día a día el número de desempleados. El nuevo régi­men no podía, por tanto, satisfa­cer las aspiraciones de la gente que lo había apoyado. Se produ­jo, además, una trágica parado­ja: los liberales de centro-iz­quierda que gobernaban no te­nían otra alternativa, ante una derecha tremendamente inmovi­lista, que apoyarse en los movi­mientos de extrema izquierda. Pero. aunque quisieran, no po­dían satisfacer sus demandas. Además, las reformas que la Re­pública pretendió llevar a cabo en unos cuantos años se habían llevado a cabo en otros países a lo largo de periodos de tiempo mucho más dilatados.

P ¿Qué ocurrió entonces para que la rebelión de los militares no se impusiera sin problemas?

R. Los generales rebeldes eran muy arrogantes y daban por sentado que se impondrían sin problemas, y no supieron planifi­car bien el golpe. Contaban que Barcelona caería sin problemas y, desde allí, si las cosas no ha­bian salido bien en Madrid, el avance se podía producir sin mu­chos contratiempos. No conta­ban con la movilización de las organizaciones sindicales y con su capacidad de resistencia.

P ¿A qué se debió que el ro­tundo peso de los socialistas den­tro del bando republicano, ya fue­ra a través de la UGT o del pro­pio partido, se desvaneciera en cuanto se inició el conflicto?

R. En una guerra se impone siempre la facción que se mantie­ne unida y que defiende una posi­ción firme. Lo que ocurrió con los socialistas fue que estaban di­vididos entre una facción de iz­quierda y otra de centro, y los debilitaron las rencillas internas.

P La división, sin embargo, no fue cosa exclusiva de los so­cialistas...

R. Dentro de la República convivían posturas, ideas y obje­tivos muy diferentes. En el ban­do nacional, todos eran conser­vadores, todos eran centralistas, todos eran autoritarios. Entre los otros, en cambio, había cen­tralistas y autonomistas, partida­rios de un Estado fuerte y• parti­darios de que no hubiera Esta­do, había moderados y extremis­tas... Convivían posturas distin­tas que tenían ideas diferentes de la guerra.

P ¿Cómo pudo crearse enton­ces un ejército que fuera eficaz frente al enemigo?

R. Ésa fue una de las contra­dicciones que se dio en el seno de la República. Había que crear un ejército, pero los anarquistas, que eran una de las fuerzas más entregadas a la hora de combatir contra el fascismo, no querían sa­ber nada de una organización mi­litar. El éxito inicial de las mili­cias, que detuvieron la rebelión en diferentes lugares, produjo un grave equívoco. Muchos conside­raron que la organización milicia­na era el ideal al que se tenía que aspirar, y no entendieron que ha­bía sido eficaz sólo en un contex­to y unas condiciones muy especí­ficas. En el caos inicial y cuando el Gobierno había sido superado por las circunstancias.

P Las suspicacias de los anar­quistas hacia los comunistas, y viceversa, no se disiparon a lo largo de todo el conflicto...

R. Eran dos facciones que se odiaban y que tenían formas muy distintas de ver la guerra, pero que compartían un enemigo común. Pero los anarquistas siempre sospechaban de los co­munistas cuando maniobraban para tener más poder en la cúpu­la militar. Fueron los comunistas los grandes defensores de la nece­sidad de un ejército y los que in­fluyeron más en la elaboración de y las estrategias de la Repúbli­ca, ya fuera por la presencia del armamento soviético, va fuera por el peso de los asesores milita­res rusos. Y lo que querían era un ejército convencional en un Estado convencional.

P ¿Y eso qué significados tuvo en el desarrollo de la contienda?

R. Las operaciones militares en el conflicto español fueron una mezcla de las que hubo du­rante la Gran Guerra y las que tendrían lugar durante la Segun­da Guerra Mundial. En el caso republicano, a finales de octubre se se ensayó en Seseña un nuevo tipo de maniobra con I os tanques so­viéticos recién llega­dos. Se agruparon co­mo punta de lanza pa­ra romper las defensas enemigas, y la infante­ría debía llegar inme­diatamente después pa­ra rematar la faena. Pe­ro las tropas de Líster se retrasaron y el ata­que resultó fallido. Frente a esa maniobra, basada en la movili­dad, se impuso al final un modelo más próxi­mo al anterior conflic­to. Grandes unidades, dispersión de los tan­ques a lo largo de un amplio frente, avances en campo abierto sin accidentes geográficos que sirvieran de protec­ción. Y fue ahí donde los republicanos eran más frágiles, por la su­perioridad aérea y arti­llera de los nacionales.

P: ¿Fue entonces ese modelo el que resultó ineficaz?

R. Desde la ofensi­va que los republica­nos realizaron en La Granja a finales de ma­yo de 19?? pudieron saber que, gracias al petróleo que recibían de los estadouniden­ses, las tropas franquis­tas se podían despla­zar sin mucha compli­cación de un lado a otro, y pudieron com­probar, también, lo le­tales que resultaban su aviación y su artillería. Pero los mandos repu­blicanos, educados en la escuela francesa que procedía de la Gran Guerra, y los asesores soviéticos seguían con­vencidos de la eficacia de un modelo de gran-des unidades que realizan ambi­ciosas ofensivas. Creían que, pa­ra ganar la guerra, hacía falta realizar ofensivas. Sin embargo, eran más eficaces cuando se de­fendían o cuando se enfrentaban en terrenos más protegidos, no en campo abierto.

P ¿Cómo pudo entonces durar tanto la guerra?

R. Por el empecinamiento de los franquistas en no terminar el conflicto cuando pudieron hacer­lo, y por la bravura y heroísmo de los soldados republicanos.

P ¿Fue distinto en ambos ban­dos el afán de derrotar al enemigo? R. En una guerra civil, la labor de la propaganda y el odio que desencadena es brutal. Luego es­tá el miedo. El odio es el combus­tible y el miedo, el detonador. De pronto, aquellos que parecían pa­cíficos se baten llenos de ira. En los primeros meses de la guerra, ambos bandos actuaron con crueldad matando a miles de ino­centes. Los republicanos intenta­ron poner orden en sus filas y evitar la barbarie. Los militares rebeldes, en cambio, alentaron el horror. Fueron inmisericordes, y la guerra la ganaron los que no tuvieron piedad.

martes, 11 de diciembre de 2007

GRABADOS DE GOYA

GRABADOS DE GOYA

GOYA


LAS ENSEÑANZAS DE GOYA
Introducción. El sueño de la razon produce monstruos. ¿La ausencia dse razón? ¿Los señuelos de la razón?

martes, 4 de diciembre de 2007

Intercambio de ideas a través de la prensa
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