miércoles, 22 de diciembre de 2010

Educación y economía, segun el profesor Velarde Fuentes

ABC Día 20/12/2010
Cuando se deteriora el capital humano

JUAN VELARDE FUERTES
Vivimos desde final del siglo XVIII en una acelerada Revolución Industrial. La curva exponencial que dibujó Robert W. Fogel en su discurso como presidente de la American Economic Association en 1997, lo prueba de modo, casi habría que admitirlo, inexorable. Pero para progresar, sin ser expulsado de ella, los economistas sabemos, por haberlo leído al inicio del capítulo 6 del libro IV de esa obra esencial del maestro Alfredo Marshall, Principios de Economía, que «después de haber estudiado las causas que rigen el crecimiento de una población numerosa y vigorosa, tenemos ahora que considerar la educación que es necesaria para desarrollar su eficacia industrial». Y Miguel Ángel Gabilondo en una nota a la edición de esta obra en español de la Fundación ICO, señala que «hay que destacar la importancia que concedió Marshall al capital humano… En la actualidad, dicho capital es considerado fuente importante de crecimiento».
Por cierto que los límites de la educación y de la investigación se entremezclan de tal forma, que carece casi de sentido pensar en que lo conveniente es educar especialmente de un modo u otro. Toda ampliación en la educación, la que sea, es buena. Los ingleses tenían ya en el siglo XVIII muy claro que el estudio a fondo de las matemáticas mejoraba la productividad de las manufacturas textiles de Manchester. Al tener destreza en matemáticas, la astronomía progresaba. Pero con buenos datos astronómicos, la navegación se hacía más segura y más rápida. Gracias a ello, los fletes de los buques ingleses eran bajos y, por tanto, en los mercados exteriores las producciones británicas, y entre ellas las textiles de Manchester, se colocaban con mayor baratura que las de otras procedencias. Al ampliarse el mercado, las series productivas manchesterianas podían ser mayores en las fábricas, con el corolario inmediato de que la productividad crecía, los costes bajaban, y ello afianzaba el control de los mercados.
Por eso, señala también en ese capítulo Marshall, «podemos… concluir que la conveniencia de invertir fondos públicos y privados en la educación no debe medirse sólo por sus frutos directos… El valor económico de (disponer gracias a ella) un gran genio industrial es suficiente para cubrir los gastos de educación de una ciudad, ya que hasta una idea nueva, tal como la principal invención de Bessemer, puede aumentar tanto la potencia productiva de Inglaterra como el trabajo de mil hombres. Menos directa, pero no menos importante es la ayuda prestada a la producción por … los trabajos científicos, como los de matemáticos o biólogos, aunque puedan pasar varias generaciones antes de que produzcan frutos que se hagan visibles en mayor bienestar material. Todo lo invertido durante varios años en proporcionar a las masas una mejor educación quedaría bien compensado si (por ello) se lograra producir un solo Newton, o Darwin, Shakespeare o Beethoven».
Todo eso se ha puesto de manifiesto en España como consecuencia de la publicación del último Informe PISA de la OCDE, donde tan pésimo puesto ocupamos. Pero es que recientemente, previamente a la lluvia de comentarios sobre este informe, escribía Víctor Pérez Díaz en su colaboración «España está en crisis. Sociedad, economía, instituciones» (Colegio Libre de Eméritos, 2010), vinculando sus palabras con el trabajo que firma con Juan Carlos Rodríguez, «La cultura de la innovación de los jóvenes españoles en el mundo europeo» (Fundación COTEC, 2010), que estas informaciones dejaban «claro que la educación de los jóvenes españoles de hoy puede ser mejor o peor que la del pasado…, pero, en todo caso, comparada con la de los europeos occidentales es una educación (y aquí el lector puede escoger el adjetivo que prefiera: nota del profesor Pérez-Díaz) relativamente poca, o relativamente mediocre… España tiende a formar grupo con otros países euromediterráneos. Su nivel es parecido al de Italia, Portugal, Grecia. (He aquí la razón de esos PIGS que vemos ahora frenar en el mundo financiero: nota de J.V.F.). El polo opuesto está formado por los países nórdicos y los Países Bajos, mientras que los mayores países europeos, grandes potencias del pasado, que cultivan una dosis, mayor o menor y más o menos discreta, de nostalgia de "grandeur" en sus sueños, ocupan posiciones intermedias».
Y tampoco, en España, se había producido el sueño de quienes se lanzaron políticamente a reformar la enseñanza para que, al menos, disminuyesen las desigualdades de rendimiento. En el artículo de Julio Carabaña, «Los debates sobre la reforma de las enseñanzas medias y los efectos de ésta en el aprendizaje», publicado en «Papeles de Economía Española», nº 119 de 2009, monográfico «La educación en España» queda de manifiesto que lo que se pretendió por los reformistas de que, al menos, «mediante la prolongación de la escolarización común…, durante ese tiempo, la escuela limaría la influencia del entorno familiar. Incluso si la calidad de los datos y lo precario de algunos análisis, no permiten excluir la hipocresía, sería un efecto pequeño y dudoso, que difícilmente justificaría los enormes medios desplegados para conseguirlo». En realidad, como se señala en la introducción a este número, «Perfiles socioeconómicos de la educación en España», «mucho ruido y pocas nueces». Con el agregado, realmente irritante, que destaca José Penalva, en su artículo «PISA-2009: de la quiebra educativa al colapso económico», en El Confidencial, 10 diciembre 2010 de que «si su hijo nace en Madrid, Castilla-León o La Rioja, podría tener una calidad educativa similar a los de Noruega, Alemania o Suiza (pero)… si su hijo nace en Andalucía, Baleares o Canarias, obtendría una calidad menor incluso que los de Lituania o Turquía». ¿No surge, pues, un factor de desigualdad derivado del fracaso de concretas políticas educativas autonómicas? Esto es fundamental porque como sostienen Juan Mulet Meliá y Juan José Mangas Lavería en Los sistemas regionales de innovación, aparecido en el número monográfico Innovación y desarrollo de Mediterráneo Económico, nº 17, junio 2010, «en España, como en los países de su entorno, la clave para impulsar el crecimiento no puede ser otra cosa que renovar las bases de la competitividad, aumentar el potencial de crecimiento y la productividad, apostando por el
conocimiento, la innovación y la valorización del capital humano. Y teniendo en cuenta que esta apuesta debe hacerse a escala local».

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