Adictos al trabajo
ABC, 2 de octubre de 2013 | Enrique
Rojas
En los últimos tiempos ha aparecido con fuerza una
nueva enfermedad psicológica: la adicción al trabajo. Es un concepto
relativamente reciente que aparece hacia 1970, y fue Oates el primero que habló
de Workaholism, que se define como una necesidad incontrolable de trabajar, en
donde el sujeto va dedicando cada vez más horas a su actividad profesional sin
tiempo para nada más. Es un trabajar incesante que como una mancha de aceite se
va extendiendo en la vida de la persona y no puede hacer nada por frenarlo.
He comentado con alguna frecuencia que el proyecto de
vida debe albergar en su interior cuatro grandes argumentos: amor,trabajo,
cultura y amistad. Los dos grandes acompañantes de la vida son amor y trabajo.
Entre todos ellos debe haber una armonía y un equilibrio que cada uno debe
encontrar en el arte de vivir.
Aquí aparece el amor por el trabajo y la vocación por
las tareas que tiene entre manos, pero se va colando poco a poco de forma
sinuosa, zigzagueante e imprecisa un amor desordenado al trabajo. Hay una
frontera poco clara en sus comienzos entre trabajar mucho, por un lado, y no
tener tiempo na da más que para trabajar. De tal manera que se va produciendo
un cambio cuantitativo y cualitativo en esa persona: se vive para trabajar.
Voy a tratar de hacer un inventario de los principales
síntomas que se hospedan en esta enfermedad:
1. Se trata de sujetos que son buenos profesionales,
pero que por un afán de mejorar y de ascender en su tarea van dedicando cada
vez más horas a esa actividad, para terminar siendo personas que viven por y
para el trabajo. Su trabajo se convierte en una cárcel de oro de la que no
pueden salir. Uno de los síntomas más importantes es que estas personas están
siempre agotadas, desbordadas, cansadas, pero no saben decir que no, ni poner
freno a demandas profesionales que van surgiendo.
2. No suelen tener conciencia de enfermedad. O dicho
de otra manera: no aceptan ese diagnóstico, se resisten a él, y piensan que los
comentarios de familiares cercanos o amigos son exagerados, y recuerdan que a
mucha gente cercana le pasa más o menos lo mismo.
3. Tienen gran dificultad para delegar. Y esto es por
miedo a que no se hagan las cosas tal y como ellos quieren que se lleven a
cabo. Uno de los éxitos de las personas que trabajan en equipo es el arte de
delegar: saber distribuir las funciones de forma equilibrada, estimulando a
cada uno de ese equipo para que haga la tarea de la mejor manera posible.
4. Esto suele darse en un terreno abonado que suele
ser el siguiente: personas bastante perfeccionistas, exigentes, obsesivas, con
un ansia desbordante de ascender, de mejorar en ese trabajo. Lo que en un
principio es positivo, trabajar bien y trabajar mucho, se va convirtiendo en un
activismo incesante y esa persona se ve envuelta en un bucle en donde el
trabajo se lo come todo y no hay resquicio ni espacio para nada más. Esto se da
especialmente en el mundo de los abogados, los periodistas y los hombres de
negocios… pero no están exentas otras profesiones que se apuntan al carro de
esta adicción.
5. Aparece el estrés. Es el ritmo trepidante de vida
profesional sin tiempo para nada más que para trabajar. Estas personas están
siempre quejándose, y aparece ansiedad, inquietud, desasosiego, nerviosismo…
con cambios frecuentes de humor y oscilaciones del ánimo. Un buen amigo mío me
dijo de un abogado de Madrid conocido de ambos: «A nuestro amigo se lo ha
comido el trabajo». 6. Son personas que han perdido el sentido del descanso. Y
el tiempo libre se puebla de relaciones y contactos profesionales. Ahí aparece
el móvil. La gran mayoría de adictos al trabajo hablan muchas horas por el
teléfono. Todos justifican esta conducta como un elemento más en su vida
laboral y no llegan a ser conscientes de que cualquier conversación familiar o
con amigos se ve interrumpida una y otra vez por el teléfono; no hay
continuidad, ya que no saben hacer una administración inteligente del mismo.
7. Uno de los síntomas mas característicos de esta
curiosa enfermedad moderna es que esas personas se llevan trabajo a casa en el
fin de semana. Esto quiero subrayarlo. Esto lo justifican con razonadas
sinrazones: se trata de un tema apremiante, una cuestión de urgencia… con lo cual
también el tiempo libre se puebla de actividades profesionales.
8. Como consecuencia de todo eso se produce un
distanciamiento de la relación conyugal y de los hijos. En nuestro medio la
gran mayoría de los que padecen profesionalitis son hombres. En ese caso, la
esposa se va volviendo una persona desencantada, que ve la distancia
psicológica que hay con su marido, la falta de diálogo, de comunicación, de
sintonía, de complicidad, y aparece de forma magistral la figura de el padre
ausente. Que tiene una realidad física, pero que no tiene una actividad
educativa ni de cercanía, que no tiene tiempo para su mujer ni para sus hijos.
Hago un alto en el camino para hacer esta observación:
un buen padre vale más que cien maestros. Muchas personas adictas al trabajo
tienen tres amenazas en su evolución: la posible ruptura conyugal, el estrés
con manifestaciones psicosomáticas y alguna enfermedad física que pueda ir
asomando… como el infarto de miocardio o la úlcera de estómago.
9. En muchos casos, si uno bucea en la ingeniería de
la conducta de estas personas, descubre que son egocéntricos, con un amor
desordenado a sí mismos y con una ambición desmedida. Se entra de este modo en
una espiral competitiva, voraz y trepidante, de la que va siendo cada vez más
difícil salir… Asoman ahí el afán enfermizo de éxito, la pasión económica…
olvidándose de que la vida es un arte entre trabajo y descanso, entre amor y
cultura, con una pincelada hacia la amistad.
10. La adicción al trabajo se puede curar. Pero es
condición sinequanon que esa persona tenga conciencia de lo que le ocurre con
todas sus consecuencias. Los psiquiatras y psicólogos sabemos muy bien que los
alcohólicos niegan su adicción al alcohol o la minimizan o le quitan
importancia… Mutatis mutandis aquí sucede lo mismo.
Trabajar bien es una noble aspiración. Dice el
Eclesiástico: «Ama tu oficio y envejece en él». En la catedral de Burgos, que
fue construida durante varios siglos, en la parte alta hay unas blondas de
piedra trabajadas por los canteros medievales, que son una obra de artesanía
arquitectónica. No se ven desde abajo, sino que hay que subir a la parte alta
de la ciudad para poder contemplarlas. Ese era un trabajo de categoría. Amor y
trabajo conjugan el verbo ser feliz. Aprender a trabajar con profesionalidad
pero sin adicción es un reto al que hay que aspirar.
Enrique Rojas
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