jueves, 22 de enero de 2015

LOS PROBLEMAS DE CONEXION CON EL ELECTORADO DEMOCRATA




Entrevista a THOMAS FRANK,historiador democrata.

«Obama cree que el presidente ha de ser un centrista; eso limita la posibilidad de cambios»
LUGAR DE NACIMIENTO: Kansas City (Misuri, EEUU) / EDAD: 48 años / FORMACIÓN: Doctor en Historia por la Universidad de Chicago / OCUPACIÓN: Columnista en la revista ‘Harper’s’ y analista político / AFICIONES: La jardinería / SUEÑO: Es demasiado pesimista para que se le ocurra ninguno
             

A Barack Obama le quedan tres años en la Casa Blanca. Pero, para los cínicos, su presidencia ya ha acabado.
Obama ganó la reelección, decían, porque su partido, el Demócrata, era el futuro: tenía el apoyo de las mujeres, las minorías y los jóvenes. Pero, a falta de dos días para que se cumpla el primer aniversario de su segunda toma de posesión del cargo, esa presuntamente invencible coalición no ha sido capaz de sacar una sola ley adelante, y ahora afronta el peligro de perder el Senado en las elecciones de noviembre. ¿Por qué? Para Thomas Frank, la respuesta se resume en una sola frase: porque los demócratas ignoran a su electorado. Sobre esa idea, Frank ha cimentado su reputación de Pepito Grillo de la izquierda estadounidense desde que en 2004 publicó el libro que marcó las elecciones en las que George W. Bush fue reelegido: What’s the matter with Kansas? (¿Qué pasa con Kansas?).
Según Frank, el Partido Demócrata ignora los problemas económicos de los votantes y trata de evitar que se le identifique con posiciones izquierdistas. En lugar de eso, usa un lenguaje tecnocrático e intenta presentarse como un partido responsable frente al extremismo de sus rivales. Entonces, el debate se limita a cuestiones sociales y de valores, dos áreas en las que los republicanos se mueven como pez en el agua. Frank dice que sabe de lo que habla porque él mismo se crió en Kansas –una de las bases de poder del conservadurismo estadounidense– e incluso fue activo militante republicano.
El éxito de What’s the matter with Kansas? ha convertido a su autor en una celebridad en EEUU, amado y odiado a partes iguales por demócratas y republicanos, tal vez porque, aunque detesta a los segundos, también cree que son más eficaces a la hora de ganar elecciones. Su popularidad fue tal que entre 2008 y 2012 fue el rojo oficial de la conservadora sección de Opinión de The Wall Street Journal. Ahora, con Pobres Magnates (Ediciones Sexto Piso), analiza el Tea Party, un movimiento que propone la abolición del Estado del Bienestar del que, paradójicamente, se benefician gran parte de sus votantes, que son de ingresos medios y bajos.
Pregunta.–El lunes se cumple un año de la segunda jura del cargo de Obama. Pero toda la atención se centra en las elecciones al Congreso de noviembre y, cuando éstas se hayan celebrado, sólo hablaremos de las presidenciales de 2016. ¿Está amortizada la presidencia de Obama?
Respuesta.–En general, sí. Pero desde hace mucho. La Presidencia de Barack Obama se acabó cuando el Congreso aprobó la reforma sanitaria, en marzo de 2010. Ahora mismo, la gran cuestión de la política de EEUU no tiene que ver con la Casa Blanca o con los planes del presidente, sino con las posibilidades de que los republicanos logren la mayoría en el Senado en noviembre. Eso sería catastrófico para Obama.
P.–¿Puede suceder?
R.–Sí. Y, en buena medida, por culpa de Obama y de los demócratas. Siempre que he hablado con líderes de ese partido y con sus estrategas electorales, me han transmitido la misma idea: hay que ganar la Presidencia; el Congreso daigual.Los presidentes demócratas nunca hacen campaña a favor de candidatos de su mismo partido; los republicanos, sí.
P.–El presidente se vendió a sí mismo como el hombre del cambio. ¿Ha traicionado a sus votantes?
R.–No. Pero, a efectos prácticos, es como si lo hubiera hecho. Cuando ganó Obama, teníamos esperanza. Yo estaba entusiasmado. Pensábamos que iba a ser diferente de los otros demócratas. Y no ha sido el caso. No me malinterprete. Ha sido un presidente muy bueno: no ha tenido ningún gran escándalo; su reforma sanitaria es histórica; y nos ha sacado de las guerras estúpidas en las que nos había metido su predecesor. Pero no ha sido capaz de entender a sus votantes.
P.–¿La segunda venida de Clinton?
R.–Ambos cometieron el mismo error: caer en la llamada triangulación, que no es más que la idea de que el presidente debe ser un centrista y mantenerse por encima de las luchas políticas. Eso limita la posibilidad de hacer cambios. No pasa con los presidentes republicanos: ellos son conservadores y no piden disculpas por ello.
P.– Usted siempre ha sostenido que, bajo lo que en EEUU se denomina guerras de la cultura, hay motivaciones económicas. Es decir, que las ideologías que identifican a los políticos sólo son una máscara de intereses económicos. ¿Son las guerras de la cultura la versión actual de la lucha de clases marxista?
R.–Son lo que usa el movimiento conservador de Estados Unidos para disimular que defiende a una clase –los ricos– pero necesita el apoyo de otra –los pobres– para gobernar. Por ejemplo, el concepto de «las élites de izquierdas» [liberal elites, similar a la izquierda divina o la izquierda caviar de Francia], al que los republicanos recurren constantemente, es pura retórica de lucha de clases.
P.–EEUU tiene la mayor desigualdad de ingresos desde hace 90 años. Pero está mal visto hablar de «clases» y, en particular, de «clase obrera» o «clase trabajadora». En vez de eso, se usa la expresión «clase media» como un cajón de sastre en el que caben desde personas que bordean la pobreza hasta millonarios. ¿Por qué?
R.–Porque la izquierda así lo ha decidido. En los años 50, el movimiento sindical estadounidense estaba orgulloso de sus triunfos, ya que había logrado que la clase obrera accediera a los logros y las aspiraciones de la clase media. Desde entonces, hablar de «clase obrera» es tabú. El problema es que eso es muy confuso, porque es poner en el mismo saco a gente que gana 15.000 dólares brutos [11.000 euros] al año y a gente que gana 15 millones. Claro que, los que dirigen las campañas y escriben los discursos, sí saben a quién se están dirigiendo.
P.–Pero los republicanos también tienen un argumento económico. Ellos dicen que saben gestionar la Administración Pública mejor.
R.–Lo que hacen es privatizar la Administración Pública. Washington se ha convertido en la ciudad más cara de EEUU por la proliferación de contratistas y consultores de empresas privadas que cobran barbaridades al Estado por hacer funciones que hasta ahora eran de las Administraciones Públicas.
P.–Muchas de esas funciones no pueden ser realizadas por las Administraciones porque no tienen ni capacidad ni flexibilidad para hacerlo. Si las agencias de calificación de riesgos o las empresas privadas de espionaje están teniendo tanto poder es porque el sector financiero o internet están expandiéndose a un ritmo inalcanzable por el Estado.
R.–El problema es que esas empresas están haciendo funciones públicas motivadas por su afán de lucro. Para mí, lo más grave del caso Snowden es que la NSA subcontrataba su trabajo a una empresa privada, Booz Allen. Esa gente hace el trabajo de los espías, pero lo hace por dinero. Y eso me da miedo, porque manejan un material muy sensible.
P.–No me diga que, electoralmente, la izquierda lo hace todo mal y la derecha bien.
R.–No, porque ése no es el problema. El problema es cuando la izquierda renuncia a usar la economía en favor de la tecnocracia. Entonces, anula la posibilidad de crear movilización social y, sin movilización social, no hay reformas. Es algo que los republicanos saben muy bien. Grupos como Patriotas del Tea Party tienen una capacidad de movilización mucho mayor que la de cualquier organización demócrata. El Tea Party dice que Obama va a destruir EEUU. A cambio, la Casa Blanca lanza el Acuerdo de Asociación Transpacífico, y lo negocia en secreto para beneficiar a las grandes empresas. ¿Cuál de las dos ideas tiene más tracción entre la opinión pública?
P.–No me negará que los demócratas también se consideran a sí mismos más listos que sus rivales republicanos.
R.–Ése es otro problema. Si usted pregunta a cualquier demócrata acerca del Tea Party, ¿qué le va a contestar?
P.–Que es un movimiento racista, cuyo catalizador ha sido un presidente negro.
R.–Exacto. Ésa es una forma muy cómoda de echar balones fuera y no hacer autocrítica. Sin embargo, el Tea Party tiene algo más que una motivación cultural, racial o social. Tiene una motivación económica. Los distritos electorales de los que proceden los congresistas más conservadores son muy pobres. La gente que vive en esas regiones está desesperada. Hay que tener en cuenta que, para una parte importante de EEUU, está crisis no ha sido una recesión, sino una depresión, de la que todavía no están saliendo y nadie sabe cuándo lo hará. Los republicanos tienen unas políticas que equivaldrían a hacer perpetua esta situación, porque consisten en desmontar el sistema de pensiones y el Estado del Bienestar, pero centran su mensaje en cuestiones sociales. Y los demócratas son incapaces de ofrecer una alternativa económica.
P.–El ala izquierda demócrata, en la que usted se encuadra, siempre piensa que, si no gana, la culpa es de los votantes.
R.–Los demócratas echamos la culpa de nuestros fracasos a los votantes. Bush ganó porque hizo trampa en 2000; el Tea Party es racista; los republicanos han cambiado los distritos electorales para tener sobrerrepresentación en el Congreso... Todo eso es cierto. Pero también lo es que muchos votantes conservadores deberían ser votantes demócratas por motivos económicos. En vez de eso, les ofrecemos soluciones tecnocráticas y, encima, reaccionamos con una mezcla de desprecio e irritación cuando votan al Tea Party. No conocemos a nuestros enemigos, nos limitamos a despreciarlos.
P.–En EEUU muchos tienen la convicción de que el Partido Republicano no tiene futuro porque se está limitando al grupo demográfico de los varones blancos de más de 50 años.
R.–Llevamos décadas esperando cambios demográficos que van a crear una sólida mayoría demócrata: que si la legislación de los derechos civiles [que permitió a los negros votar en gran parte del país]; que si la extinción de la cultura blanca, anglosajona y protestante [los llamados WASP]; que si la reducción de la edad de voto de los 21 a los 18 años... Eso es confundir deseos con realidades. Es cierto que el Partido Republicano no puede seguir siendo el Partido del Hombre Blanco para siempre jamás, y también que los republicanos, ahora mismo, le están haciendo un gran servicio a Obama, con sus divisiones entre conservadores y ultraconservadores. También se lo prestó su candidato en 2012, Mitt Romney, que tenía tanto carisma como un paquete de espaguetis. Pero esto no va a durar siempre. Los republicanos ya han demostrado que saben adaptarse a los cambios de la sociedad.
                                                                                                (El Mundo.18 enero 2014)

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