MANUEL HIDALGO
El Mundo 04/05/2018
OTRAS
VOCES
LA BALSA DE LA MEDUSA
En el dentista
IMAGINEMOS que vamos al dentista con un dolor de muelas
espantoso y con media cara inflamada hasta la deformidad. Tomamos asiento en el
antipático sillón, y el gentil odontólogo, antes de explorar nuestra muy dañada
boca y de hacer, de inmediato, una radiografía de la zona afectada, lanza un
virulento ataque verbal contra determinados colegas de profesión e, incluso, de
consulta, prosigue con una recusación de su colegio profesional que prolonga
con una acerba crítica a los estudios universitarios de odontología, se queja
después de la escasa diligencia de su enfermera y de su protésico, filosofa
sobre la conveniencia o no de usar mascarilla y anestesia, razona sobre la
utilización conjunta y sucesiva de antibióticos y tenazas para tratar las
piezas dentales infectadas y desahuciadas y, en este plan, nos tiene y nos
mantiene con la boca abierta sin acometer ninguna acción debido a la falta de
acuerdos profesionales, farmacológicos, colegiales y científicos.
Su monólogo, qué duda cabe, es interesantísimo, nos tiene
atrapados y expectantes. Pero ese hombre no parece tener la menor intención de
acometer la eliminación de nuestro mal. «¿Acaso un premolar y un molar son tan
distintos?», le oímos preguntarse antes de desmayarnos.
Pues así, más o menos, estamos ahora con los políticos. La
política española se ha convertido en política sobre la política y sobre los
políticos. Se ha vuelto metapolítica. En vez del arte de lo posible –de hacer
posibles, entendámoslo así, las soluciones a los problemas–, los políticos
españoles actuales están abducidos por el temperamento declarativo –un amasijo
de afirmaciones, dudas, rectificaciones y contradicciones–; se emplean a fondo
en peleas internas y externas de individuos y de facciones; están pendientes de
imputaciones, sentencias, inhabilitaciones, diplomas, encarcelamientos y
excarcelaciones; hacen reuniones, comités, congresos y meriendas deliberativos
de los que surgen resoluciones que nada resuelven; no mueven un dedo sin
establecer o consolidar alianzas que ellos mismos se encargan de impedir o
dinamitar, están, vaya, sumergidos en su propia infección inflamatoria de modo
que, siendo frenética su actividad y su facundia, nuestro dolor de muelas va en
aumento y quedan aplazados el diagnóstico y la terapia. «¿Qué es la boca?, ¿de
qué boca hablamos?, ¿boca de metro, boca de riego, Boca Juniors?», le oímos
decir al dentista antes de volver a perder el conocimiento. Nos queda irnos a
hacer gárgaras con coñac.
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